sábado, 3 de julio de 2010

LA DIFERENCIA EN RECIBIR Y SER BAUTIZADO EN EL ESPÍRITU




Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hechos 1:5). 
Así que, ¿cuál es la diferencia entre recibir al Espíritu Santo y ser bautizados con el Espíritu Santo?
Si has reconocido a Jesús como tu Salvador, la presencia del Espíritu en tu vida, como una marca que te identifica, es un hecho irrefutable. Habitando y poseyendo nuestros espíritus, Él participa en todo tipo de limpieza de la casa: los áticos, los sótanos y los cobertizos de nuestras mentes, las voluntades, las emociones y los comportamientos.
El Espíritu Santo nos ayuda a captar verdades espirituales. Sin Él, no se tiene ninguna relación con el Señor. Esto puede sonar un poco redundante a lo que ya se ha dicho, pero nunca
es suficiente seguir enfatizándolo. El Espíritu Santo vive dentro del espíritu de cada creyente.
Jesús les dijo a Sus seguidores: “Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22), y ellos lo hicieron. Pero varias semanas después, Él les anunció a esos mismos discípulos: “y así sucedió en el día que ahora conocemos como Pentecostés, cuando en forma manifiesta les fue conferido poder mediante el Espíritu Santo en el aposento alto”. (Hechos 2:1-4.) En este ejemplo sencillo podemos ver que una cosa es recibir al Espíritu en tu vida y otra es ser bautizados en Él. Mientras que los dos acontecimientos pueden ocurrir simultáneamente, y con frecuencia así sucede, no son idénticos, como podemos ver en algunos ejemplos de la vida de la iglesia primitiva.
La presencia del Espíritu te da vida (espiritual). El bautismo con el Espíritu te da poder (espiritual) milagroso, no-disponible-de-otra-manera para que puedas compartir esa vida con otros.
Por esta razón, Jesús les dijo a Sus discípulos que llevaran el evangelio a todo el mundo, pero sólo hasta después de recibir “poder [milagroso]” al ser “bautizados con el Espíritu
Santo” (Hechos 1:5, 8).
Aunque no es una comparación exacta, es un poquito como la diferencia entre lo que el Señor quiere hacer en ti, y lo que quiere hacer a través de ti.
El Espíritu Santo en la vida de un creyente es como tener un pozo de agua en su propiedad. Ser bautizado con el Espíritu es como tener una bomba de agua potente en ese pozo o que debido a algún movimiento telúrico del manto acuífero del subsuelo, repentinamente salieran chorros de agua del pozo convirtiéndolo en un géiser, permitiéndole a la persona irrigar mucho más hectáreas de cosechas.
O piensa en la diferencia entre el aire y el viento. No podrías vivir sin aire y no podría haber viento sin aire, pero el viento es una actividad y fuerza adicional mediante la cual el aire es puesto en movimiento para mover otras cosas.
El Señor
quiere que seamos más que vivificados en Su Espíritu; Él anhela que experimentemos Su Espíritu como un viento poderoso y recio (no solo una presencia) moviéndonos
para impactar poderosamente la vida a nuestro alrededor.
Hoy…El Espíritu Santo no solo quiere vivir en mi, sino que me quiere bautizar con su poder.
Señor, Gracias por darme la presencia dulce de tu Espíritu y hacer una obra de grandeza y poder dentro de mi. Me rindo ante ti con adoración. Amén.

miércoles, 30 de junio de 2010

EL PODER DE LA ORACION


Quien forma el hábito de la oración sincera, experimenta luego un cambio notorio y profundo en su vida.
La oración imprime huella indeleble en nuestros actos y en nuestro porte… Enciende en el interior del alma una llama en cuyos reflejos se mira el hombre a sí mismo. A esa luz ve su egoísmo, su vanidad, sus recelos, sus codicias, sus yerros. Con su calor se le desarrolla el sentido de sus deberes morales, se vuelve intelectualmente humilde. Y así el hombre empieza su jornada hacia las plenitudes del reino de la gracia.
Los que niegan la efectividad de la oración se me parecen a quienes para demostrar que de una semilla no puede brotar una flor, hundieran la semilla en lo oscuro de un sótano, y la privaran de todo riego. No existe más de un modo de probar que las doctrinas de Jesús son practicable: ponerlas en práctica.
Hoy, más que nunca, es necesaria la oración en la vida de hombres y pueblo. Por haber restado el sentimiento religioso la importancia que tiene esta el mundo al borde de la catástrofe. Hemos descuidado el manantial de cuantos puede darnos perfección y energía… Si se pone en acción nuevamente el poder de la intersección y se emplea en elevar la existencia de todos, hombres y mujeres, aun habrá de esperar que sean escuchadas nuestras oraciones invocando de Dios un mundo mejor.

lunes, 28 de junio de 2010

EL PROFETA EZEQUIEL


El profeta Ezequiel ejerció su ministerio público durante el exilio forzado de su pueblo en Babilonia; exilio que se prolongó 49 años (587 – 538 a.C.). Aunque muchos judíos perdieron su identidad cultural y religiosa, y se unieron a la nueva cultura, otros pusieron resistencia pacífica y lucharon con todas sus fuerzas para volver a su tierra. Pero, con el paso de los años los ánimos se fueron diezmando. Algunos ancianos y enfermos, los más débiles, empezaron a morir en Babilonia. Recordemos que para el judío su tierra era algo sagrado, pues Dios se la había dado a Abraham y sus descendientes. El judío debía vivir en su tierra y, una vez muerto, debía ser sepultado allí mismo y descansar junto a sus padres. Sobrevivir, morir y ser sepultado fuera de Israel era una experiencia muy tortuosa. Las tumbas en las cuales reposaban sus seres queridos reflejaban el estado de ánimo del pueblo. La inercia de los cadáveres representaba el cruel sentimiento que atravesaba la vida de los judíos extraditados. Ante esa circunstancia aparece la profecía de Ezequiel, un antiguo sacerdote del templo de Jerusalén, convertido en profeta durante el exilio.
Su voz profética se convierte en la fuerza de Dios en medio del más profundo desánimo. Ezequiel denuncia los errores de su gente y anuncia la fidelidad de Dios y su alianza con su pueblo. Descubre la voz de Dios que promete una transformación radical de la situación y el retorno a su tierra. De esta manera debían reconocer a Dios. Una vez más confirmamos que conocer a Dios no es tener unas ideas, por muy claras que sean, o confesar un credo por muy ortodoxo que pueda ser. Conocer a Dios es experimentar en nuestra propia vida su acción salvadora. Es comprobar en nuestra propia carne que Él llena de vida nuestros huesos secos y transforma nuestro llanto en alegría. “Pueblo mío, yo voy a abrir sus tumbas y a sacarlos de ellas y voy a llevarlos otra vez a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los saque de ellas, ustedes, pueblo mío, reconocerán que yo soy el Señor. Pondré mi espíritu de vida en ustedes para que vuelvan a vivir, y los estableceré en su tierra. Entonces reconocerán que yo, el Señor, lo prometí y lo cumplo. Yo, el Señor, lo garantizo.” (Ez 37,12-14)
Según la ACNUR (Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados), hay en el mundo entre 20 y 25 millones de desplazados internos. La lista la encabeza Uganda con 5.350.000 desplazados, seguido por Colombia con 3.000.000 de desplazados internos, es decir, dentro del mismo país. En Latinoamérica el caso más triste es el de Colombia y por eso vale la pena mirarlo más de cerca. El gobierno dice que no es para tanto porque son menos de dos millones los desplazados, mientras algunas ONG afirman que son cerca de cuatro millones. Cualquiera que sea la cifra no deja de ser escandalosa.
Se trata de personas expulsadas violentamente de sus tierras y obligadas a marchar a los asentamientos urbanos. Seres humanos que se desarraigan de su ambiente vital y de su identidad cultural, y los obligan a engrosar los cinturones de miseria en las grandes ciudades, caldo de cultivo para la prostitución, la delincuencia, el sicariato, etc. Los causantes de dicho desplazamiento interno, en el caso colombiano, son en su orden los grupos paramilitares, guerrilleros, narcotráfico y delincuencia civil, así como por los enfrentamientos entre diferentes bandos, incluida la fuerza pública. Quienes obligan a desplazar a millones de campesinos, lo hacen con el fin de despejar rutas para el narcotráfico o para limpiarle el camino a las multinacionales y su afán de explotar las riquezas naturales: petróleo, esmeraldas, metales o la biodiversidad del ambiente. Desplazan, especialmente, para quedarse con las tierras de los pequeños propietarios y agrandar las haciendas de los terratenientes en las cuales se desarrollan actualmente macroproyectos de agricultura y ganadería.
Muchos desconocen totalmente el drama que viven estos seres humanos y se molestan no tanto por el dolor que padecen, sino por el estorbo que hacen en las calles por las cuales deambulan sin rumbo con sus niños famélicos, llenos de parásitos. Porque hacen de cada semáforo un circo ambulante, un mercado persa en el que se ofrecen frutas, dulces y baratijas, y porque rayan el vidrio panorámico de los carros cuando, con un trapo viejo, ofrecen limpiarlos a cambio de una moneda, mientras el color verde anuncia que es hora de dejar a esos “apestosos” desplazados. Los victimarios piden ser tratados como héroes e, incluso, como mártires de la democracia. Tratan por todos los medios de justificar sus acciones violentas y de legitimar las propiedades que les robaron a los desplazados y en las que hoy hay extensos cultivos de palma africana, ganadería, etc.
No falta quienes pescan en río revuelto y hacen fiesta con los recursos que deben llegar para ayudar a desplazados, pero que desaparecen “por arte de magia”, como sucede con tantas cosas en nuestros países. Hace unos días se formó un escándalo mediático porque se supo que el Ministro de Agricultura colombiano Andrés Felipe Árias, a quien algunos dan como sucesor del presidente, quiso entregar 17 mil hectáreas de tierra destinadas para 800 familias desplazadas, a algunos empresarios amigos para cultivar caucho, madera y palma de aceite a gran escala.
Por fortuna y por gracia de Dios, también hay gente que, como Ezequiel, al contemplar la dura realidad se convierten en profetas de nuestro tiempo. Hay personas e instituciones nacionales o extranjeras, religiosas o laicas que con un compromiso profundo por la vida defienden la dignidad pisoteada de estos hermanos nuestros que son el rostro sufriente de Jesús que nos interpela y nos llama.
A nivel personal digamos que ante cualquier circunstancia de muerte por la cual podamos pasar, Dios siempre estará presto para abrir nuestras tumbas y conducirnos a una vida digna y plenamente feliz. Y ante circunstancias duras por las cuales pasan tantos hermanos nuestros, en nuestros países o en cualquier parte del mundo, tenemos la obligación ética, humana y cristiana de solidarizarnos y de buscar juntos una humanidad más justa, digna y equitativa.
**+**
El evangelio que hoy leemos es un texto elaborado por las comunidades del discípulo amado. Es un hermoso testimonio de lo que puede hacer Jesús en la vida del ser humano que camina con él. Muchos escrituristas especialistas en literatura antigua y bíblica afirman que esa manera de escribir es más propia de mujeres que de varones por el estilo, los detalles y la delicadeza de algunas escenas en las cuales aparece el discípulo amado, de una manera muy tierna frente a Jesús, como por ejemplo la del lavatorio de los pies en la cual el discípulo se recuesta en su pecho.
Hace ocho días en el evangelio del la sanación del ciego de nacimiento veíamos la persecución desatada contra las comunidades cristianas por parte de los judíos. Esa era una hermosa vivencia interna que generaba conflicto con el mundo externo. En el texto de hoy vemos las crisis dentro de la misma comunidad, así como la puja con los judíos. Aquí vemos situaciones de muerte que afectan a la comunidad y una experiencia resucitadora con la presencia de Jesús que les da vida.
Las comunidades del discípulo amado están representadas en este texto por Marta, María y Lázaro: dos mujeres y un varón. Aquí vemos claramente una comunidad compuesta en su mayoría por mujeres y liderada por ellas. La comunidad vivía una crisis interna, en una situación de muerte existencial que la hacía corromperse y oler mal.
El mensaje de la familia a Jesús fue concreto y muy significativo; manifiesta la identidad de la comunidad con respecto a Él. Se trata de una familia (comunidad) que se siente amada por Jesús: "Señor, el que tú amas está enfermo." (v.3). El texto dice luego que Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro (v. 5). Sin lugar a dudas, se trata de la comunidad del discípulo amado, la autora del Cuarto Evangelista, conocido con el nombre de San Juan. 
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. (v.17) La muerte aquí no es tanto biológica sino simbólica. Se trata de la pérdida del sentido en el camino de Jesús y el abandono del verdadero discipulado. 
Marta es presentada como la líder principal que sale al encuentro del Maestro. ¿Cuál es el tremendo problema de la comunidad para que se estén dando realidades de muerte? Que Jesús estaba ausente. “Marta dijo a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’”. (v.21) Marta es la líder que analiza la situación de su comunidad y descubre cuál es el problema. Es la teóloga práctica que conoce a Dios, reflexiona sobre la forma como Él actúa en la vida humana y está en una actitud de búsqueda. Es la discípula que entra en contacto íntimo, en diálogo, y en comunión con Jesús. Éste, por su parte, se le revela a esta mujer líder.
Y aquí encontramos, además, una perla que ha estado muy oculta en nuestra Iglesia piramidal, jerarquizada y dominada por varones. Veamos el texto: “Marta dijo a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.  22 - Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te la concederá.’   23 - Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará.’ 24 - Marta respondió: ‘Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.’ 25 - Le dijo Jesús: ‘Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá.  26 - El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?’ 27 - Ella contestó: ‘Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.’"
¿Saben lo que significa esto? Ésta es nada más y nada menos que la confesión mesiánica, que para los evangelios sinópticos la hace únicamente Pedro (Mt 16,13-20; Mc 8,27; Lc 9,18). Recordemos que después de la confesión mesiánica viene el encargo de Jesús a Pedro de darle las llaves del Reino, es decir, el liderazgo en la Iglesia. El cuarto Evangelista no desconoce ni rechaza el liderazgo de Pedro (Jn 21), pero pone bien presente el Liderazgo de mujeres como Marta, María hermana de Lázaro y de María la Magdalena, entre otras.
Recordemos que para el Cuarto Evangelista lo más importante con respecto a Jesús es el discipulado, el cual debe convertirse en una experiencia dinámica y transformadora de personas. En este momento de crisis por el cual pasaba la comunidad, el Maestro seguía llamando. Y es precisamente ahí, en la crisis, cuando el llamado de Jesús se hace más patente y cuando se redescubre la necesidad de ser verdaderos discípulos: “28 - Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está aquí y te llama.’  29 - Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él. 30 - Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado. 31 - Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba aprisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron. 32 Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.’”
Luego encontramos otro signo que nos deja ver cómo esta comunidad se sentía profundamente enraizada en el corazón de Jesús. La crisis de la comunidad causaba llanto al Maestro: “33 - Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. 34 - Y preguntó: ‘¿Dónde lo han puesto?’ Le contestaron: ‘Señor, ven a ver.’   35 - Y Jesús lloró. 36 - Los judíos decían: ‘¡Miren cómo lo amaba!’”
En varias ocasiones el relato nos presenta la forma como los judíos rivalizan con la obra de Jesús. Para ellos Lázaro estaba muerto y lo único que se podía hacer era consolar a María y no más. Estaban siempre atentos para criticar a Jesús: “37 - Pero algunos dijeron: ‘Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?’”
El sepulcro de piedra cerrado y el mal olor del cuerpo de Lázaro hacía pensar a Marta que la situación era muy difícil de cambiar, casi imposible. Pero en medio de cualquier circunstancia, por medio de Jesús, Dios sigue manifestando su gloria que es la salvación del ser humano: “38 -  Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra.  39 - Jesús ordenó: ‘Quiten la piedra.’ Marta, hermana del muerto, le dijo: ‘Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.’ 40 - Jesús le respondió: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”  
La oración de Jesús manifiesta una confianza absoluta en la obra del Padre: “41 - Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: ‘Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado.  42 - Yo sabía que siempre me escuchas; pero yo lo digo por esta gente, porque así creerán que tú me has enviado.’”
Así como llamó a María y ésta salió a su encuentro, luego llamó a Lázaro y éste salió del sepulcro. Su crisis lo tenía con las manos y los pies atados, lo cual le impedía trabajar por el reino y caminar con Jesús. La cabeza la tenía cubierta con un velo, por lo cual estaba impedido para ver y para pensar. Cuando Lázaro salió, lo primero que dijo Jesús fue que lo desataran y lo dejaran caminar, es decir, que le dieran otra oportunidad dentro de la comunidad para que continuara su discipulado: “43 - Al decir esto, gritó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal fuera!’ 44 - Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: ‘Desátenlo y déjenlo caminar.’”
Al final del relato aparecen de nuevo los judíos. Unos creyeron en Jesús y se convirtieron en discípulos, y otros siguen como rivales acérrimos a tal punto de que maquinaron para matarlo. “45 - Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho. 46 - Pero otros fueron donde los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. 47 - Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Consejo y preguntaban: ‘¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros. 48 - Si lo dejamos que siga así, todos van a creer en él, y luego intervendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.’ 49 - Entonces habló uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, y dijo: ‘Ustedes no entienden nada.  50 No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación.’ 51 - Estas palabras de Caifás no venían de sí mismo, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó en aquel momento; Jesús iba a morir por la nación;   52 - y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. 53 - Y desde ese día estuvieron decididos a matarlo. 54 Jesús ya no podía moverse libremente como quería entre los judíos. Se retiró, pues, a la región cercana al desierto y se quedó con sus discípulos en una ciudad llamada Efraín.”
Vale la pena que apliquemos este texto a nuestra vida personal y comunitaria. ¿Puedo decir que mi familia y la comunidad con la cual realizo mi camino de fe se siente amada por Jesús? Como discípulo ¿me siento amado por Jesús? ¿En algún momento de nuestra vida discipular, a nivel personal o a nivel comunitario, Jesús ha estado ausente? ¿Hemos sido testigos de la gloria de Dios en nuestra vida? ¿Cuál es el papel de las mujeres en nuestras comunidades cristianas y en nuestra Iglesia universal? ¿Se parece en algo a la comunidad del discípulo amado? ¿Por qué en nuestra comunidad eclesial universal existen los Padres de la Iglesia y no las Madres de la Iglesia?, ¿La Patrística y no la Matrística? ¿Eso tiene que ser así por los siglos de los siglos o puede cambiar con la dinámica cultural, y apoyados en el evangelio?



miércoles, 16 de junio de 2010

AMOR

     
 El amor es activo y demanda expresión. No es nunca pasivo. El amor es transitivo, demanda un objeto. El amor es servicio y sacrificio.
       El verdadero amor esta bajo el control de nuestra voluntad, en lugar de ser una fortuita ráfaga fuera de control. Por lo tanto, no hay excusa para un liderazgo sin amor.
      El líder que se asemeja a Cristo ama a Dios, se ama a si mismo y a su prójimo. Es emocionalmente sano porque su vida espiritual es saludable.
     El líder mantiene una actitud triunfadora, obedeciendo fielmente los dos mandamientos de Jesús que marcan el punto de partida de un liderazgo superior. Un experto de la ley interrogo una vez a Jesús diciéndole: “Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:36-39).
     En estos dos mandamientos del Señor sobresalen tres áreas  del amor: primero, el amor hacia Dios; segundo, el amor hacia el prójimo y tercero, el amor hacia uno mismo. El amor que Dios ha demostrado hacia nosotros nos ofrece el ejemplo definitivo de lo que debe ser al amor. Su amor es la comunicación de su ser a nosotros, en espíritu de beneficencia y ayuda. La palabra beneficencia significa la palabra de hacer el bien: bondad activa, amabilidad, caridad, literalmente hacer el bien. El amar a Dios, como nos manda aquí Cristo, significa responder comunicándonos con Dios dándole lo que él nos ha dado ha nosotros. Esto lo demostramos con el amor a nuestro prójimo, que debe ser según el ejemplo del amor de Dios hacia nosotros. Jesus habla acerca de esto. Jesús habla acerca de esto como dar un vaso de agua fresca o visitar a alguien en la cárcel “en mi nombre”. Y el amor por nosotros mismos tiene su origen el hecho de que Dios nos ama. Al comprender y creer que Dios nos ama, nos perdona y nos acepta tal y como somos es cuando podemos tener un concepto sano de nosotros mismos.

jueves, 20 de mayo de 2010

Nuestro Bien / Su Gloria


Sí, Dios permite que cierto grado de dolor, sufrimiento y dificultad, alcancen nuestras vidas. Pero ha prometido que no se desperdiciará nada. Todo actuará conjuntamente para nuestro bien y Su Gloria.

Ese “bien” y esa “gloria” es el carácter de Cristo. Nuestro ministerio hacia Él, hacia la Iglesia y hacia el mundo, verdaderamente requiere el fruto del Espíritu en nuestras vidas.

La falta de carácter cristiano es la principal razón del fracaso en el ministerio de la Iglesia. Un ministro puede ser “llamado”, “dotado altamente” e incluso puede tener “éxito” en su ministerio durante algún tiempo; pero no durará mucho apartado del carácter de Cristo.

El fruto del Espíritu es el fundamento de un ministerio fuerte, firme y sólido para Dios. Fue cierto en el caso del Apóstol Pablo; es cierto con referencia a nosotros hoy en día.

“Podemos regocijarnos, por lo tanto, cuando entramos en problemas y dificultades. Sabemos que son buenas para nosotros – nos ayudan a aprender a ser pacientes. Y la paciencia desarrolla fuerza de carácter en nosotros. De esta manera aprendemos a confiar en Dios más y más.

Finalmente, nuestra esperanza y fe se hace más fuerte y sólida. Entonces podemos alzar nuestras cabezas sin importarnos lo que suceda. Sabemos que todo está bien, y que Dios nos ama tiernamente. Sentimos Su cálido amor en nuestro interior porque Dios ha llenado nuestros corazones con Su Espíritu Santo” (Ro 5:3-5).

Dejemos que el fruto del Espíritu crezca en su rama. Si lo hace así, usted también será fructífero en su ministerio para con el Señor, para con nosotros y para con el mundo.

El “Aguijón” De Pablo


Esta verdad acerca de la edificación del carácter cristiano, es vista en la vida del apóstol Pablo. Le había sido dado un “aguijón en la carne” para mantenerlo humilde. Fuera lo que fuese, le causó mucho dolor y dificultad.

Tres veces pidió al Señor que se lo quitara, pero se lo negó en todas.

¿Por qué permitió Dios que algo tan doloroso fuera parte de la vida y ministerio de Pablo? ¿Por qué no se lo quitó cuando Pablo oró? La respuesta es sencilla. Dios tenía algo mejor en mente, algo sobre lo que el ministerio futuro de Pablo podría descansar con seguridad. Pablo dispone esta verdad ante nosotros con estas palabras:

“Entonces Dios me dijo, ‘Mi gracia será más que suficiente. Mi fuerza se perfeccionará en tu debilidad.’ Por lo tanto, me gloriaré alegremente en mi debilidad. Entonces es cuando el poder de Cristo descansa poderosamente sobre mí… Porque cuando soy débil, Él me hace fuerte” (2 Co 12:9, 10).

El principio del crecimiento de los frutos buenos se ve claramente. Crece mejor en un terreno de “condiciones contrarias”, la gente y los lugares que son opuestos al fruto del Espíritu.

Fue del suelo de la “debilidad” de Pablo de donde pudo desarrollarse el fruto de la “fuerza” de Dios.

Es del terreno de nuestra tristeza y contrariedad y odio de otros, que el fresco y buen fruto del amor, el gozo y la paz pueden venir.

Las Dificultades Traen El Mejor Fruto


Esto nos lleva a otra verdad acerca del fruto del Espíritu. Crece mejor en el suelo difícil de nuestras vidas diarias.

Nos enfrentamos con muchas cosas cada día que se encuentran opuestas a nuestra vida en Cristo. En lugar de amor, nos encontramos con el odio y la hostilidad. En lugar de gozo, nos encontramos con la tristeza, el pesar y la pena. En lugar de paz, encontramos presión, tensión, discordia y contienda. Estas fuerzas oscuras penetran en la gente, los lugares y eventos de nuestros asuntos terrenales.

A veces desearíamos echar a correr y escapar de todo eso. Usualmente no podemos hacerlo, e incluso si pudiéramos, no nos produciría el alivio que deseamos. Esto resulta muy cierto si parte del problema es resultado de nuestras propias actitudes y acciones.



No obstante, Dios tiene una respuesta. La mayoría de nuestros problemas, internos o externos, son causados por fuerzas que se oponen al fruto del Espíritu. Podemos llamar a estas fuerzas el fruto de la “carne”, nuestra vieja naturaleza pecaminosa.
Jesús siempre produce el fruto de “vida”: el fruto del Espíritu. Satanás siempre produce el fruto de “muerte”: fruto de la carne. Escogemos de qué árbol comeremos.

En tiempos de dificultad, a menudo somos tentados para reaccionar en armonía con nuestra vieja naturaleza pecaminosa. Si lo hacemos, estamos comiendo del árbol equivocado. Sólo traerá una nube de oscuridad y muerte sobre nosotros, y sobre otros. Además, cuanto más comemos, más deseamos y peor nos ponemos.

En ocasiones, estos rasgos mortales se quedan fijados en nuestro carácter. Cuando sucede esto, nos parecemos y actuamos más como el diablo que como el Señor.

El cuadro más triste en el mundo es el de un cristiano derrotado. Tiene la vida de Cristo en su interior, pero el Espíritu de Dios se ve enormemente contristado. Como resultado, la gloria del Señor ya no brilla sobre su rostro, sólo se pueden ver las sombras.

La historia puede ser diferente, muy diferente.

Los tiempos de dificultad, pueden ser también tiempos de gran crecimiento en Cristo. Si miramos a la vida y al poder de Su Espíritu en el interior, podemos llegar a ser fuertes en nuestras áreas de debilidad.

La luz siempre vence a la oscuridad. Lo oscuro no puede apagar la luz. Una vela puede quitar la oscuridad de una habitación entera.

Esto mismo es cierto en el ámbito del Espíritu. La luz del amor de Dios puede expulsar las sombras oscuras del miedo, la cólera y el pesar. De Hecho, el mejor fruto del Espíritu de Dios, puede desarrollarse en los tiempos más difíciles. En el terreno de nuestra debilidad, Él perfecciona su fuerza. Su amor crece mejor cuando estamos en un escenario desagradable. Nuestra reacción natural en tiempos malos es devolver el golpe con ira o miedo. El Espíritu Santo, sin embargo, busca vencer el mal con el bien.

Cuando nos sometemos al Espíritu, el amor de Dios se hace mas fuerte en nuestras vidas. Nos convertimos en mejores cristianos y nos parecemos más a Jesús en nuestro carácter. Su gloria descansa sobre nuestras vidas y nos convertimos en una bendición para Dios, para los otros e incluso para nosotros mismos.