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lunes, 28 de junio de 2010

EL PROFETA EZEQUIEL


El profeta Ezequiel ejerció su ministerio público durante el exilio forzado de su pueblo en Babilonia; exilio que se prolongó 49 años (587 – 538 a.C.). Aunque muchos judíos perdieron su identidad cultural y religiosa, y se unieron a la nueva cultura, otros pusieron resistencia pacífica y lucharon con todas sus fuerzas para volver a su tierra. Pero, con el paso de los años los ánimos se fueron diezmando. Algunos ancianos y enfermos, los más débiles, empezaron a morir en Babilonia. Recordemos que para el judío su tierra era algo sagrado, pues Dios se la había dado a Abraham y sus descendientes. El judío debía vivir en su tierra y, una vez muerto, debía ser sepultado allí mismo y descansar junto a sus padres. Sobrevivir, morir y ser sepultado fuera de Israel era una experiencia muy tortuosa. Las tumbas en las cuales reposaban sus seres queridos reflejaban el estado de ánimo del pueblo. La inercia de los cadáveres representaba el cruel sentimiento que atravesaba la vida de los judíos extraditados. Ante esa circunstancia aparece la profecía de Ezequiel, un antiguo sacerdote del templo de Jerusalén, convertido en profeta durante el exilio.
Su voz profética se convierte en la fuerza de Dios en medio del más profundo desánimo. Ezequiel denuncia los errores de su gente y anuncia la fidelidad de Dios y su alianza con su pueblo. Descubre la voz de Dios que promete una transformación radical de la situación y el retorno a su tierra. De esta manera debían reconocer a Dios. Una vez más confirmamos que conocer a Dios no es tener unas ideas, por muy claras que sean, o confesar un credo por muy ortodoxo que pueda ser. Conocer a Dios es experimentar en nuestra propia vida su acción salvadora. Es comprobar en nuestra propia carne que Él llena de vida nuestros huesos secos y transforma nuestro llanto en alegría. “Pueblo mío, yo voy a abrir sus tumbas y a sacarlos de ellas y voy a llevarlos otra vez a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los saque de ellas, ustedes, pueblo mío, reconocerán que yo soy el Señor. Pondré mi espíritu de vida en ustedes para que vuelvan a vivir, y los estableceré en su tierra. Entonces reconocerán que yo, el Señor, lo prometí y lo cumplo. Yo, el Señor, lo garantizo.” (Ez 37,12-14)
Según la ACNUR (Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados), hay en el mundo entre 20 y 25 millones de desplazados internos. La lista la encabeza Uganda con 5.350.000 desplazados, seguido por Colombia con 3.000.000 de desplazados internos, es decir, dentro del mismo país. En Latinoamérica el caso más triste es el de Colombia y por eso vale la pena mirarlo más de cerca. El gobierno dice que no es para tanto porque son menos de dos millones los desplazados, mientras algunas ONG afirman que son cerca de cuatro millones. Cualquiera que sea la cifra no deja de ser escandalosa.
Se trata de personas expulsadas violentamente de sus tierras y obligadas a marchar a los asentamientos urbanos. Seres humanos que se desarraigan de su ambiente vital y de su identidad cultural, y los obligan a engrosar los cinturones de miseria en las grandes ciudades, caldo de cultivo para la prostitución, la delincuencia, el sicariato, etc. Los causantes de dicho desplazamiento interno, en el caso colombiano, son en su orden los grupos paramilitares, guerrilleros, narcotráfico y delincuencia civil, así como por los enfrentamientos entre diferentes bandos, incluida la fuerza pública. Quienes obligan a desplazar a millones de campesinos, lo hacen con el fin de despejar rutas para el narcotráfico o para limpiarle el camino a las multinacionales y su afán de explotar las riquezas naturales: petróleo, esmeraldas, metales o la biodiversidad del ambiente. Desplazan, especialmente, para quedarse con las tierras de los pequeños propietarios y agrandar las haciendas de los terratenientes en las cuales se desarrollan actualmente macroproyectos de agricultura y ganadería.
Muchos desconocen totalmente el drama que viven estos seres humanos y se molestan no tanto por el dolor que padecen, sino por el estorbo que hacen en las calles por las cuales deambulan sin rumbo con sus niños famélicos, llenos de parásitos. Porque hacen de cada semáforo un circo ambulante, un mercado persa en el que se ofrecen frutas, dulces y baratijas, y porque rayan el vidrio panorámico de los carros cuando, con un trapo viejo, ofrecen limpiarlos a cambio de una moneda, mientras el color verde anuncia que es hora de dejar a esos “apestosos” desplazados. Los victimarios piden ser tratados como héroes e, incluso, como mártires de la democracia. Tratan por todos los medios de justificar sus acciones violentas y de legitimar las propiedades que les robaron a los desplazados y en las que hoy hay extensos cultivos de palma africana, ganadería, etc.
No falta quienes pescan en río revuelto y hacen fiesta con los recursos que deben llegar para ayudar a desplazados, pero que desaparecen “por arte de magia”, como sucede con tantas cosas en nuestros países. Hace unos días se formó un escándalo mediático porque se supo que el Ministro de Agricultura colombiano Andrés Felipe Árias, a quien algunos dan como sucesor del presidente, quiso entregar 17 mil hectáreas de tierra destinadas para 800 familias desplazadas, a algunos empresarios amigos para cultivar caucho, madera y palma de aceite a gran escala.
Por fortuna y por gracia de Dios, también hay gente que, como Ezequiel, al contemplar la dura realidad se convierten en profetas de nuestro tiempo. Hay personas e instituciones nacionales o extranjeras, religiosas o laicas que con un compromiso profundo por la vida defienden la dignidad pisoteada de estos hermanos nuestros que son el rostro sufriente de Jesús que nos interpela y nos llama.
A nivel personal digamos que ante cualquier circunstancia de muerte por la cual podamos pasar, Dios siempre estará presto para abrir nuestras tumbas y conducirnos a una vida digna y plenamente feliz. Y ante circunstancias duras por las cuales pasan tantos hermanos nuestros, en nuestros países o en cualquier parte del mundo, tenemos la obligación ética, humana y cristiana de solidarizarnos y de buscar juntos una humanidad más justa, digna y equitativa.
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El evangelio que hoy leemos es un texto elaborado por las comunidades del discípulo amado. Es un hermoso testimonio de lo que puede hacer Jesús en la vida del ser humano que camina con él. Muchos escrituristas especialistas en literatura antigua y bíblica afirman que esa manera de escribir es más propia de mujeres que de varones por el estilo, los detalles y la delicadeza de algunas escenas en las cuales aparece el discípulo amado, de una manera muy tierna frente a Jesús, como por ejemplo la del lavatorio de los pies en la cual el discípulo se recuesta en su pecho.
Hace ocho días en el evangelio del la sanación del ciego de nacimiento veíamos la persecución desatada contra las comunidades cristianas por parte de los judíos. Esa era una hermosa vivencia interna que generaba conflicto con el mundo externo. En el texto de hoy vemos las crisis dentro de la misma comunidad, así como la puja con los judíos. Aquí vemos situaciones de muerte que afectan a la comunidad y una experiencia resucitadora con la presencia de Jesús que les da vida.
Las comunidades del discípulo amado están representadas en este texto por Marta, María y Lázaro: dos mujeres y un varón. Aquí vemos claramente una comunidad compuesta en su mayoría por mujeres y liderada por ellas. La comunidad vivía una crisis interna, en una situación de muerte existencial que la hacía corromperse y oler mal.
El mensaje de la familia a Jesús fue concreto y muy significativo; manifiesta la identidad de la comunidad con respecto a Él. Se trata de una familia (comunidad) que se siente amada por Jesús: "Señor, el que tú amas está enfermo." (v.3). El texto dice luego que Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro (v. 5). Sin lugar a dudas, se trata de la comunidad del discípulo amado, la autora del Cuarto Evangelista, conocido con el nombre de San Juan. 
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. (v.17) La muerte aquí no es tanto biológica sino simbólica. Se trata de la pérdida del sentido en el camino de Jesús y el abandono del verdadero discipulado. 
Marta es presentada como la líder principal que sale al encuentro del Maestro. ¿Cuál es el tremendo problema de la comunidad para que se estén dando realidades de muerte? Que Jesús estaba ausente. “Marta dijo a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’”. (v.21) Marta es la líder que analiza la situación de su comunidad y descubre cuál es el problema. Es la teóloga práctica que conoce a Dios, reflexiona sobre la forma como Él actúa en la vida humana y está en una actitud de búsqueda. Es la discípula que entra en contacto íntimo, en diálogo, y en comunión con Jesús. Éste, por su parte, se le revela a esta mujer líder.
Y aquí encontramos, además, una perla que ha estado muy oculta en nuestra Iglesia piramidal, jerarquizada y dominada por varones. Veamos el texto: “Marta dijo a Jesús: ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.  22 - Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te la concederá.’   23 - Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará.’ 24 - Marta respondió: ‘Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.’ 25 - Le dijo Jesús: ‘Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá.  26 - El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?’ 27 - Ella contestó: ‘Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.’"
¿Saben lo que significa esto? Ésta es nada más y nada menos que la confesión mesiánica, que para los evangelios sinópticos la hace únicamente Pedro (Mt 16,13-20; Mc 8,27; Lc 9,18). Recordemos que después de la confesión mesiánica viene el encargo de Jesús a Pedro de darle las llaves del Reino, es decir, el liderazgo en la Iglesia. El cuarto Evangelista no desconoce ni rechaza el liderazgo de Pedro (Jn 21), pero pone bien presente el Liderazgo de mujeres como Marta, María hermana de Lázaro y de María la Magdalena, entre otras.
Recordemos que para el Cuarto Evangelista lo más importante con respecto a Jesús es el discipulado, el cual debe convertirse en una experiencia dinámica y transformadora de personas. En este momento de crisis por el cual pasaba la comunidad, el Maestro seguía llamando. Y es precisamente ahí, en la crisis, cuando el llamado de Jesús se hace más patente y cuando se redescubre la necesidad de ser verdaderos discípulos: “28 - Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está aquí y te llama.’  29 - Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él. 30 - Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado. 31 - Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba aprisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron. 32 Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.’”
Luego encontramos otro signo que nos deja ver cómo esta comunidad se sentía profundamente enraizada en el corazón de Jesús. La crisis de la comunidad causaba llanto al Maestro: “33 - Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. 34 - Y preguntó: ‘¿Dónde lo han puesto?’ Le contestaron: ‘Señor, ven a ver.’   35 - Y Jesús lloró. 36 - Los judíos decían: ‘¡Miren cómo lo amaba!’”
En varias ocasiones el relato nos presenta la forma como los judíos rivalizan con la obra de Jesús. Para ellos Lázaro estaba muerto y lo único que se podía hacer era consolar a María y no más. Estaban siempre atentos para criticar a Jesús: “37 - Pero algunos dijeron: ‘Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?’”
El sepulcro de piedra cerrado y el mal olor del cuerpo de Lázaro hacía pensar a Marta que la situación era muy difícil de cambiar, casi imposible. Pero en medio de cualquier circunstancia, por medio de Jesús, Dios sigue manifestando su gloria que es la salvación del ser humano: “38 -  Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra.  39 - Jesús ordenó: ‘Quiten la piedra.’ Marta, hermana del muerto, le dijo: ‘Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.’ 40 - Jesús le respondió: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”  
La oración de Jesús manifiesta una confianza absoluta en la obra del Padre: “41 - Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: ‘Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado.  42 - Yo sabía que siempre me escuchas; pero yo lo digo por esta gente, porque así creerán que tú me has enviado.’”
Así como llamó a María y ésta salió a su encuentro, luego llamó a Lázaro y éste salió del sepulcro. Su crisis lo tenía con las manos y los pies atados, lo cual le impedía trabajar por el reino y caminar con Jesús. La cabeza la tenía cubierta con un velo, por lo cual estaba impedido para ver y para pensar. Cuando Lázaro salió, lo primero que dijo Jesús fue que lo desataran y lo dejaran caminar, es decir, que le dieran otra oportunidad dentro de la comunidad para que continuara su discipulado: “43 - Al decir esto, gritó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal fuera!’ 44 - Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: ‘Desátenlo y déjenlo caminar.’”
Al final del relato aparecen de nuevo los judíos. Unos creyeron en Jesús y se convirtieron en discípulos, y otros siguen como rivales acérrimos a tal punto de que maquinaron para matarlo. “45 - Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho. 46 - Pero otros fueron donde los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. 47 - Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Consejo y preguntaban: ‘¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros. 48 - Si lo dejamos que siga así, todos van a creer en él, y luego intervendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.’ 49 - Entonces habló uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, y dijo: ‘Ustedes no entienden nada.  50 No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación.’ 51 - Estas palabras de Caifás no venían de sí mismo, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó en aquel momento; Jesús iba a morir por la nación;   52 - y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. 53 - Y desde ese día estuvieron decididos a matarlo. 54 Jesús ya no podía moverse libremente como quería entre los judíos. Se retiró, pues, a la región cercana al desierto y se quedó con sus discípulos en una ciudad llamada Efraín.”
Vale la pena que apliquemos este texto a nuestra vida personal y comunitaria. ¿Puedo decir que mi familia y la comunidad con la cual realizo mi camino de fe se siente amada por Jesús? Como discípulo ¿me siento amado por Jesús? ¿En algún momento de nuestra vida discipular, a nivel personal o a nivel comunitario, Jesús ha estado ausente? ¿Hemos sido testigos de la gloria de Dios en nuestra vida? ¿Cuál es el papel de las mujeres en nuestras comunidades cristianas y en nuestra Iglesia universal? ¿Se parece en algo a la comunidad del discípulo amado? ¿Por qué en nuestra comunidad eclesial universal existen los Padres de la Iglesia y no las Madres de la Iglesia?, ¿La Patrística y no la Matrística? ¿Eso tiene que ser así por los siglos de los siglos o puede cambiar con la dinámica cultural, y apoyados en el evangelio?